-Libros de recetas escritos por estrellas del heavy o del indie-
"En los últimos años me emociona más un buen restaurante que una
buena banda. Siento que esto le pasa a mucha gente como yo entrada en la
treintena. A los 20 iba a conciertos, ahora reservo en restaurantes",
dice Zach Brooks, antiguo locutor de radiofórmula en Los Ángeles. Es el
creador del blog Food is The New Rock (www.foodisthenewrock.com), una página en la que se comentan twitters
de Kanye West sobre su hamburguesa preferida de Nueva York o de Julian
Casablancas agradeciendo a un local su oferta en galletas, declaraciones
de Mike D (Beastie Boys) que podrían fácilmente ser atribuidas a Robert
Parker, gurú global del vino, o comentarios sobre la comida servida en
diferentes festivales. "Mucha gente de la industria musical se está
pasando a la gastronomía, desde músicos hasta periodistas. Los chefs
siempre han querido estar en bandas y a las bandas les encanta comer.
Todo el mundo parece obsesionado con la comida", sentencia Brooks.
"Antes eran los más pringados y ahora son los que más ligan". Para Pilar Pasamontes, historiadora de la moda y docente en el IED Barcelona, ser cocinero se ha convertido en la gran profesión del momento. "Los ves y se dan ciertos aires, comparten un look muy concreto... como los músicos". En la década en la que hemos convertido profesiones que antaño parecían blindadas a la invasión de la cultura de la celebridad, como la de arquitecto, en terreno de estrellas, la de chef se lleva la palma. La asociación con la de rockero es inevitable. "La gente viene entregada. Se deja llevar del mismo modo que lo hace en un concierto", comenta Paco Roncero, chef del Casino de Madrid y poseedor de dos estrellas Michelin. "El público de la gastronomía se aprende las recetas y las técnicas como nosotros antes aprendíamos las letras de las canciones. Además, los chefs vivimos por y para la cocina, como los músicos viven por y para la música. Le preguntaron a Arzak cuándo se iba a retirar y dijo que pensaba morirse en una cocina". Los paralelismos con el rockero que prefiere morir sobre el escenario son inevitables. La semana pasada, Santi Santamaría falleció en su restaurante de Singapur entregado a su pasión.
El rock ha influido en la gastronomía exportando su metodología de fan -en la Red, los partisanos de este o aquel chef ya son tan agresivos y dogmáticos como los de la música- y su mitomanía, mientras que la gastronomía ha aportado esa tendencia a gourmetizar cualquier aspecto de la vida. Se empezó con los pases supervip y ahora se contrata a un cocinero ilustre para que coordine la comida de un festival, como sucedió en el reciente Lollapalooza, donde la oferta gastronómica fue supervisada por Graham Elliot Bowles. "Este año dicen que el Festival Bonnaroo, de Tennessee, planea algo similar. Muchos promotores se están empezando a dar cuenta de que la buena comida es un elemento vital para fidelizar al cliente. Un ejemplo claro es el del Festival de Jazz de Nueva Orleans. Para muchos, no importa quién toque mientras sigan sirviendo cangrejo y cochinillo".
Tal vez piensen algo similar los que hacen coincidir sus vacaciones con una visita al Festival de Jazz de Donosti, pero es aún poco probable que nadie acuda al FIB o al Primavera Sound a degustar esa reducción del bocata de jamón o esa deconstrucción de la pizza margarita. "Si algún festival de aquí me llama para coordinar la comida, mi respuesta sería: '¿Cuándo empezamos?", promete Roncero.
"Antes eran los más pringados y ahora son los que más ligan". Para Pilar Pasamontes, historiadora de la moda y docente en el IED Barcelona, ser cocinero se ha convertido en la gran profesión del momento. "Los ves y se dan ciertos aires, comparten un look muy concreto... como los músicos". En la década en la que hemos convertido profesiones que antaño parecían blindadas a la invasión de la cultura de la celebridad, como la de arquitecto, en terreno de estrellas, la de chef se lleva la palma. La asociación con la de rockero es inevitable. "La gente viene entregada. Se deja llevar del mismo modo que lo hace en un concierto", comenta Paco Roncero, chef del Casino de Madrid y poseedor de dos estrellas Michelin. "El público de la gastronomía se aprende las recetas y las técnicas como nosotros antes aprendíamos las letras de las canciones. Además, los chefs vivimos por y para la cocina, como los músicos viven por y para la música. Le preguntaron a Arzak cuándo se iba a retirar y dijo que pensaba morirse en una cocina". Los paralelismos con el rockero que prefiere morir sobre el escenario son inevitables. La semana pasada, Santi Santamaría falleció en su restaurante de Singapur entregado a su pasión.
El rock ha influido en la gastronomía exportando su metodología de fan -en la Red, los partisanos de este o aquel chef ya son tan agresivos y dogmáticos como los de la música- y su mitomanía, mientras que la gastronomía ha aportado esa tendencia a gourmetizar cualquier aspecto de la vida. Se empezó con los pases supervip y ahora se contrata a un cocinero ilustre para que coordine la comida de un festival, como sucedió en el reciente Lollapalooza, donde la oferta gastronómica fue supervisada por Graham Elliot Bowles. "Este año dicen que el Festival Bonnaroo, de Tennessee, planea algo similar. Muchos promotores se están empezando a dar cuenta de que la buena comida es un elemento vital para fidelizar al cliente. Un ejemplo claro es el del Festival de Jazz de Nueva Orleans. Para muchos, no importa quién toque mientras sigan sirviendo cangrejo y cochinillo".
Tal vez piensen algo similar los que hacen coincidir sus vacaciones con una visita al Festival de Jazz de Donosti, pero es aún poco probable que nadie acuda al FIB o al Primavera Sound a degustar esa reducción del bocata de jamón o esa deconstrucción de la pizza margarita. "Si algún festival de aquí me llama para coordinar la comida, mi respuesta sería: '¿Cuándo empezamos?", promete Roncero.
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